Yo

jueves, 17 de noviembre de 2011

Horas de espera

Las horas se hacen más largas. Las agujas del reloj carecen de movimiento. Y, mientras, ella en la sala de espera pronosticando diferentes efectos. Su corazón bombeaba a ritmos diversos. Pendiente siempre de sentir cada poro de su piel, cada parte de su cuerpo, en éste momento frágil, delicado, enfermo.
Intenta buscarse en sus adentros y permanecer en calma, esperanza. Angustiada. Así es realmente como se siente, sin pensar en posibles circunstancias latentes. El hecho de imaginar era lo suficientemente abstracto como para creer en ello. Quizás lo que realmente le daba miedo era tener su cuerpo en sus manos.

Observaba con detenimiento cada paso y cada de gesto de toda enfermera viviente. Médicos abstraerse, pues para su visita diaria tan sólo requería la compañía de enfermeras momentáneamente. Siempre llegaba antes, quizás por nervios, incertidumbre.. o por la sensación de entrar en su cuerpo tal líquido, veneno, que se supone que mata a aquello que nos mata, a nosotros, los enfermos.

Los ojos de la enfermera la buscaban, rutinaria. Aquella dulce sonrisa de echo no servía de nada para calmar aquél mal trago vivido, obligado. Aunque, evidentemente, era de agradecer. Su tez pálida pronunciaba más aún las ojeras que hacían mella por el cansancio de su cuerpo esclavizado. Parecía que su pelo perdía color, por lo menos lo conservaba... El paso del tiempo se lo arrebataría con decisión.
Una mirada rápida de pánico y nerviosismo a su alrededor nos daba los buenos días. Aquella sala era capaz de congelar en cuestión de segundos, pues la escena era precaria. Vacía. Sin vida. De echo luchábamos todos por mantenernos en línea y evitar que un día u otro el monitor cardíaco cesara de emitir nuestras funciones cardíacas y respiratorias, vitales para la vida autónoma.

Tímidamente sus ojos se fijaban en mí. Seguían después el sistema de trasvase en vena que llegaba hasta la botella que curiosamente protegía el papel de plata, evitando así conocer el color o aspecto de aquél veneno inyectado en sangre. Volvían rápidamente a mí, a mis ojos, los que la intentaban tranquilizar una y otra vez a lo largo de sus visitas.

- ¿Cómo lo llevas? - le pregunté ésa vez.
- Aún no lo sé...
- Es normal, poco a poco...
- ¿Me llegaré a acostumbrar?
- Creo que a ésto no se acostumbra nadie... Pero hay que hacerlo... ¿no?

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