Escenas flashean mi cabeza. Una conducción temeraria en coche a dos cientos ochenta quilómetros por hora. Un salto en caída libre a más de 4.000 metros de altura antes de abrir el paracaídas a 1.500 metros. Este tiempo es de aproximadamente un minuto y se alcanza una velocidad de 250 km/h.
El tiempo corre a contra reloj a una velocidad no deseada, y mi alma sigue buscando el motivo por el que seguir así, rodeándome de interrogantes que sacuden mi azotea sin pensar en un porvenir, por que nunca llega.

Las yemas de mis dedos recorren mi rostro intentando hallar una emoción, una sensación que demuestre que siento. Mi pelo alborotado deja entrever el estado al que me he abandonado, al que me despojo por completo.
Agarro el cuello de mi botella y trago siendo amargo el contacto en mi estómago.
Trago a trago consigue mi vista ver el culo, aunque baja la cerveza y no encuentro respuesta alguna.
Abriré otra. Sigue rascando...