Impregnada por su olor y sintiendo el gusto de sus labios, veíase perdida en la más desconocida emoción encontrada. Aterrorizada por el precipicio al que asomaba, sentía recorrer su cuerpo un rojo intenso sangre que invadía su ser más puro. No dejándola pensar en las cadenas que acorazaban su corazón hasta el momento, protegiéndolo así de vacíos innecesarios, de emociones perdidas en alcantarillados, o de obligaciones no sentidas ni recreadas.

Suspendida en el aire procurando cicatrizar heridas vividas, toma la iniciativa de dejar una puerta abierta en el portal más tétrico y oscuro jamás habitado, dejando pasar un hilo de luz capaz de alumbrar la triste estancia, abandonada en la penumbra del dolor más significativo.
Sonríe en soledad. Queriendo ser cómplice del tiempo, escondida en dimensiones paralelas al mundo del que reniega. En el todo o en la nada. En la inmensidad de su alma...