Yo

martes, 10 de abril de 2012

Libre

Las aspas del ventilador giraban una y otra vez frente a su rostro. Su pelo al viento le proporcionaba la sensación necesaria de libertad para soñar que escapaba de aquella realidad, su vida, en la que permanecía inmersa en un vacío eterno. Su mente divagaba ausente en la imaginación, escenificando una vía de escape propia a su deseo. Escapar. De su vida, de su monotonía.

Levitaba ausente por pasillos vacíos de gente, reponiendo miles de artículos que caracterizaban al lugar como sobre cargado, digno de agobiar a cualquier cliente que apareciera al abrirse las puertas. No se detenía, tan siquiera, a fijarse en el género repuesto. Seguía un patrón de formas, colores y precio que le eran, más que suficiente, para encontrar su posición en el gran almacén. Hacía mucho tiempo ya que no prestaba, la más mínima atención, a lo que vendía.

Horas muertas pasaba frente al ventilador. Dejando correr ese hilo, que por sí sólo, teje lo que llamamos sueño. Dando rienda suelta a su necesidad más inmediata. Huir. Dejar atrás todo aquello que no le aportaba nada, que no desprendía ningún tipo de inquietud en su ser.

Cuando llegaba a casa no mucho más cambiaba la estampa. Se tiraba en el sofá mirando absorta los mapas colgados en la pared. Las mil postales que, sujetadas por una chincheta, decoraban la separación de cada estancia. Caminaba devolviéndole color a su vida, acariciando con las yemas de sus dedos, pensando en ese lugar que, un día u otro, visitaría.

Despertó. Las cuatro de la madrugada. Apenas prestaba atención a lo que introducía en la mochila, nueva, por no haber estado ni una sola vez utilizada a pesar de los años transcurridos en el armario. Mientras se vestía no dejaba de mirarse fijamente. Inexpresión en su cara al no poder apartar la vista de sus pupilas contraídas, más que nunca, por la luz que de repente habían percibido sus ojos.

Corría ida. Agarró mochila en mano dándole fuerza al antebrazo para alcanzar tirarla y conseguir así libertad para subir al tren. Una vez arriba respiró. Sus pulmones mantenían un ritmo frenético, su corazón casi fue expulsado por la boca. Inhaló hondo. Cuando pudo, perdió la noción del hecho.
Respiró más tranquila observando el cielo. Pronto perdió su significado el verbo pensar y evadió su mente a la nada más absoluta. Imaginándose cómo iba a ser visitar todos aquellos lugares recreados en postales. Postales que decoraron sus blancas paredes y que, en poco tiempo, vería con sus propios ojos.

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