Yo

miércoles, 19 de enero de 2022

Camisón blanco

Se incorporó de repente en su cama, pensando -hoy sí. Y deslizó sus pequeños pies por la escalera sin apenas hacer un minúsculo ruido que despertara a su hermano durmiendo en la cama de abajo. 

Lo observó dormido. Y pensó que hoy reuniría la suficiente fuerza para liberarlos a los dos de aquellos dos monstruos que hacían cada día más mella en su pequeña alma. Era caluroso, pero la fría y oscura madrugada acunaba en el frío aquél niño de 3 años al que, con cariño, volvió a tapar.

Como una autómata salió al pasillo sin apenas sentir nada, su camisón blanco por las rodillas se arrugaba por una mano que no podía estarse quieta. Sus ojos abiertos como búho en la noche reconocían cada parámetro de los objetos que decoraban la casa. No hacía falta que los viera, sabía su ubicación exacta por intercalarse entre ellos para pasar desapercibida. Había desarrollado el poder del camuflaje, no le quedaba otra si no quería ser diana. Era el recurso fácil.

Se dirigió a la cocina, y adquirida la capacidad camuflaje, de ser apenas imperceptible, abrió el cajón donde se encontraban los cubiertos de larga embergadura y cuchillos de potente hoja, para cortar bien, para desgarrar mejor. Cogió uno, con el que se hacía para hacer la comida cada día, cortaba con precisión y sin titubear. Algunos cortes habían decorado sus manos en más de una ocasión, por prisas, por presión, porque las carcajadas resonaban en su cabeza cada vez que indicaban -mete el dedo a ver si el aceite ya está caliente. Cuando estaba hirviendo. Risas. Antiguas freidoras que cuentan con una amplitud conscientes de que van a ser rellenadas de un litro de aceite que iba a calentarse,  hervir y freír el alimento en cuestión que tocara en el menú indicado, en una hoja sucia y llena de manchas apegada en la nevera a su altura, para saber qué tenía que cocinarles según el día y su franja horaria. 

Con sus pies descalzos, paso a paso y sin hacer ningún ruido, apareció en el umbral de la puerta de su habitación. Cuchillo en mano intentando no mover ni un pelo de su pequeña media melena lisa y rubia, entro en la habitación. Allí dormían, en su cama los dos como si nada de lo que ella vivía les trastocara el sueño. Se quedó inmóvil a los pies de la cama, observándolos. Estática. 

Las luces de la farolas de la calle penetraban en la estancia por aquellos huecos pequeños que forman las persianas, dislumbrando con una tenue luz la cara de aquéllos dos monstruos que dormían a pata suelta. Una ira que no alcanzó a saber de dónde salía con tanta valentía, hizo que caminara hacia él. Siguió andando hasta rozar con la tela de su camisón la mesita de noche. Lo miró. Lo odió. Le pegó. Le pinchó. Lo desgarró. Le escupió. Igual que a ella. Sus caras le repugnaban. Se había imaginado más de mil veces cómo escapar, cómo sacar al pequeño de allí, cómo librarse de aquéllos dos y cómo iban a pagar toda la herida abierta que no dejaba de sangrar cada día más. Apretó fuerte con su mano el mango del cuchillo. 

Sería capaz? Quería hacerlo. Dudaba de si en el momento preciso podría clavar y retorcer el cuchillo para desgarrar dentro la herida. Había pensado en la yugular. Entrada directa y concisa, sin parpadear. Clavar, retorcer y sacar. Un corte en dicho punto apenas tiene capacidad de reacción, el sangrado es tal que poco a poco se escapa la vida sin apenas poder reaccionar, igualmente al querer ponerse en pie el sangrado es mucho más agudo, después viene el mareo por la falta de sangre que brota de tu cuerpo y no llega al cerebro. Muerte rápida. Le daría tiempo a correr al otro lado de la cama y ejecutar la misma acción con la que dormía a su lado?

Escuchando los ronquidos de cada uno valoró el momento en milésimas de segundo. Escenificó el plan en su mente una y otra vez antes de verse con valor a hacerlo. De repente una idea sacudió su cabeza. Se introdujo por el agujero de su oído y llegó escalando a su cerebro.

Qué pasaría después? Aquella niña se quedó inmóvil pensando en las consecuencias. 

Habré matado... Cárcel
Cómo me sentiré después de sentirme liberada... Asesina
Cómo explico la circunstancia... Nadie te creerá
Dónde iré a parar... Reformatorio
Y mi hermano... No lo sé
Estás segura? ... No lo sé
Quieres? ... sí
Es la manera de liberarte? O empeorará aún más tu vida... Seguramente

Aflojó la fuerza de su puño con el que apretaba el mango del cuchillo. Y poco a poco se sintió cada vez más incapaz. A paso lento volvió sobre sus pasos mirándolos a la cara con asco y pesadumbre. Salió de la habitación cuando sus lágrimas ya resbalaban por sus mejillas, en su cabeza sólo existía la frase "no puedo más", y volvió a la cocina y con la misma sutileza para seguir sin crear el mínimo ruido, abrió el cajón y depositó el cuchillo. Cerró el cajón y volvió a su habitación. Con pesadez subió la pequeña escalera de la litera y volvió a sumergirse entre sus sábanas. Abrazó su almohada mojada ya por sus anteriores lloros en silencio. Y apenas sin sentir el frío, sus lágrimas brotaron de sus ojos hasta que cayó dormida. 

Sus 9 años no eran suficientes para coger tanta valentía... Quizás debía seguir tragando y seguir haciéndose fuerte para la próxima oportunidad.

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