Te miro. Como quien mira un puñado de carne putrefacta en la nevera. Asco. Me acerco poco a poco, mirándote te provoco, y sintiendo tu respiración débil y en decadencia recorro tu rostro con mi lengua. Para comprobar si tus lágrimas son dulces o tan ácidas que envenenan. Repugnancia me produce tenerte cerca.
La palabra perdón en tus labios pierde significado. Siento que por dentro el alma me quema.
Y te cuelgo cada una de las medallas que ganaste con empeño atravesando tu carne, haciéndote sufrir una mínima parte..

- ¿Que me quieres? Te quedan grandes esas palabras, pues no tienes ni idea de lo que es sentir Nada...
Y en cada instante que me miras con cara de covarde, arremeto contra tí un puño implacable, y no por hacerte sangrar sino por sentirte sufrir aún más...