Yo

domingo, 23 de octubre de 2011

Dormida

Abro los ojos. La oscuridad se apodera de cuanto me rodea. No hay hilo de luz que dibuje una silueta para dejar paso a la imaginación. Aún es de madrugada, no hay ruido que haga pensar que todo transcurre con normalidad. Hay paz. Demasiada paz. Tanto que si me paro a pensar... da miedo.
Los engranajes de mi mente no descansan. Miles de poleas dentadas encajan entre sí ejecutando movimientos giratorios, unos con otros, no valorando, ni tan siquiera, la opción de detenerse.  Diferentes fotogramas acechan sobre mí, una secuencia de escenas no concordadas se suceden por mi cabeza dando lugar a recuerdos, algunos malos y otros muy buenos, vividos, sentidos... negándose a ser retirados en el diván del olvido.
Tengo la extraña sensación de pertenecer a un todo y a un nada. Me siento sola, desprotegida, frágil. Mis manos no pueden evitar proteger mi cuerpo con las sábanas, gesto infantil. Absurdo en todo momento, pero siempre proporciona cierta sensación de bienestar, aunque sea ocasional..
La divagación da para mucho.. Y por mi azotea transcurren varios momentos vividos. Curiosos. Variopintos.
Pasan los segundos, los minutos, las horas... Debería de ir haciéndose de día... ¿Por qué no veo la luz?

Empiezo a desesperar. La luz no llega a mis ojos. Una emoción de desespero recorre por mi cuerpo. ¡No veo! Nerviosa busco el interruptor... ¿No hay luz? Palpo las paredes blancas de mi habitación. Confusión.
Mi pulso acelera. Las palpitaciones se escuchan como altavoces en mi oreja. Y entonces exhalto de un impulso. ¿Me he quedado ciega!?

Del susto despierto sobresaltada. Mi almohada me susurra... "tranquila, estás aquí..."

No puedo imaginar lo que debe de ser vivir inmersa en la oscuridad...

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