Yo

martes, 20 de noviembre de 2012

Su noche

En la radio sonaban una tras otra las mismas canciones sin sentido alguno. Su mirada, ligeramente inclinada hacia arriba, se perdía intentando saltar de estrella en estrella cogiendo carrerilla para alcanzar la luna, aquella que le proporcionaba la tranquilidad absoluta tan sólo con admirarla.

Alzó sus brazos a la altura de sus ojos intentando paliar el deslumbramiento producido. Sin saber muy bien por qué protegió su cabeza y de repente lo que ocurre en una fracción de segundo se convirtió en una cámara lenta. La fuerza centrífuga creada por los giros en sí mismo que realizó el coche, hizo que su cuerpo se pegara al asiento sin poder crear ninguna opción de resistencia. El tropiezo de la rueda trasera izquierda hizo que saltara sobre si dando tres vueltas de campana. Su cuerpo pegaba contra volante, puerta y asiento. No apartó sus brazos de su rostro. El cinturón de seguridad quedó sellado a su cuello dejando calcado en sangre su silueta. La luna delantera rompió en mil de pedazos, y cada uno de sus cristales atravesaron su frágil piel creando cortes no sentidos en el momento. Su mente quedó en shock, incapaz de digerir la situación experimentada ralentizó el tiempo no siendo consciente del trabajo del subconsciente, que no visualizó ninguna imagen de su vida ni ninguna luz que le llamara la atención para pasar a mejor vida, sino que congeló su estado inmortalizando como enfoque central aquella luna que le había permitido soñar.

En seco se aposentó el coche atravesado en carretera. Un bote hizo caer su cuerpo por inercia en el asiento. Su pelo caía ensangrentado tapando su rostro, sus brazos caían desmayados. Inerte dejaba verse al haber sido magullada y más tarde arrancada la puerta del conductor.

En frente de pie miraba la luna, seguía teniendo aquel resplandor. Las estrellas no se movieron. Mantenía la mirada absorta en la oscuridad del cielo. De repente giró su rostro. La miró. Vio su cuerpo sin vida y esbozó una media sonrisa. Pronto aparecían a lo lejos dos focos alumbrando en la distancia. Giró noventa grados a su izquierda y empezó a caminar con las manos en los bolsillos de su chaqueta, tan sólo se escucharon sus tacones hasta perderse en la ausencia.

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