No pienso. No puedo. Mi cuerpo está en mi cama, pero apenas mueva nada. Casi ni parpardea. No estamos.
Valoro. Miro al cielo por mi ventana a ver qué color ha decidido ponerse hoy. Las hojas de los árboles se mueven, y una suave brisa mañanera hace que se estremezcan mis piernas, e involuntariamente ellas solas, deciden taparse.
Oigo cantar a los pájaros, y la vecina del bloque de enfrente ya relincha a su nieta pequeña que se tome la leche.
Permanezco inerte. Aunque mis sentidos agudizan y los sonidos cotidianos me devuelven a la realidad? A una realidad? Ésta quizás? La que se llama ahora "normalidad"?
A veces difiero. Y otras muchas sólo por aburrimiento.
Me autoescaneo buscando agujeros negros donde exista un dolor persistente.
- Ahí estás. De momento te comportas eh..
No me des mucha traya hoy y nos llevaremos bien...
Poco a poco me estiro. Alcanzo sensuales siluetas sin ánimo de lucro propio. Pero son movimientos en los que se ve atrapado mi cuerpo y siento un bienestar interno en el que encuentro placer.
Esos pequeños placeres de la vida...
Recojo todo el poder de mi alma de buena mañana y me siento en la cama. Toco con mis pies en el suelo y los miro.
- Vamos, tú puedes nena. Viniste para dar caña en tu mundo. Dale.