El cantar de los pajarillos fuera y el tic tac del reloj hacían casi perfecta la visita en cuestión.
Con extremo cuidado abría el pecho en canal. Un corte fino desde la clavícula hasta el estómago hacía posible la abertura de la caja torácica. El crujir de las costillas, al darse de sí por la fuerza empleada, rompía con la singularidad de la casa. El rojo intenso de la sangre jugaba con el tono arena de las cortinas y el estampado del sofá, creando una armonía perfecta entre ambos. Con delicadeza fue aislando el corazón, consiguiendo extraerlo, sin más dilación. Lo depositó en una bandeja. El latir, más fuerte que nunca, ejercía de banda sonora para el anfitrión.

Cuando acabó, limpió su boca dejando el paño en estampado. Lágrimas recorrían sus mejillas, sonrojadas a consecuencia del calor pasado por el maltrago. Sus manos temblorosas denotaban una sensibilidad extrema. A flor de piel. Delicada al tacto. Pues no hay mejor estado que vomitar los sentimientos enquistados.
Así, abriendo su corazón por primera vez ante sus ojos, volvió a respirar el aire alimentado por un verde esperanza...